Conforme avanzamos en la investigación colectiva de las causas del estado enfermo nos encontramos con diversos paradigmas, uno de ellos lo muestra la expresión ampliamente utilizada: “necesito ser funcional”, es decir, funcionar de acuerdo a como lo establece el sistema hegemónico: trabajar, producir y consumir, como una de las traducciones más instauradas dentro de sistemas sociales.

Debido a tal demanda para los individuos dentro de sus esferas, es común la búsqueda de asesoría psicológica con el fin de alcanzar los estándares de “todología”, pues se asocia el estado de bienestar en función de la productividad de la persona y su capacidad de establecer rutinas diarias que cubran sus “responsabilidades” o roles de forma eficaz, sin contemplar sus estados afectivos o pensamientos e ideas, como lo es el ideal comercial de bienestar siendo trabajar, estudiar, tener un hobbie, descansar, salir con amigos, tener una relación de pareja, dedicar tiempo a la familia, a uno mismo, viajar, meditar y todo esto en la misma semana y en cada rubro cumplir un grado de desempeño alto.

Pero entonces ¿Yo voy a terapia para ser funcional?

Si bien es cierto que históricamente aparece una concepción binaria de “salud-enfermedad” a través de la capacidad y disposición de la persona de desenvolverse en su medio e interactuar con él, siendo la interacción inherentemente social y por ende está sujeta a estructuras y roles culturales, tomando como ejemplo el DSM, siendo el manual de diagnóstico general para temas de salud mental y psiquiatría,  que propone que para algunos diagnósticos los signos deben representar un malestar en al menos dos esferas de la vida de la persona, habría que cuestionar qué se espera y se concibe como funcional, porque podría ser una traducción con doble significado para el bienestar.

Uno puede ser funcional en medios y sistemas violentos si describimos la funcionalidad como ejercer un rol activo o pasivo que cumple una función concreta, o uno puede cumplir ciertos estándares sociales sin internamente sentirse a gusto o tranquilo a nivel psicológico, y aquí el ser funcional no está asociado con el bienestar de la persona, sino con demandas sociales, siendo las demandas permeadas por una cultura de consumo y producción desmedida, el responder a ellas estaría siendo evaluado, dentro de la asesoría terapéutica como la funcionalidad ¿qué le implica a la persona? Por ejemplo:  ¿ser el mejor en el trabajo implica menos tiempo de ocio, de descanso y con amigos? como cuestionamiento para que la persona pondere su estado actual y sus decisiones y reafirmar su funcionalidad o generar una reestructuración.

Otro acercamiento para asesoría psicológica es una comparativa del pasado y el presente, donde se menciona “antes yo podía con esto” como referente a la funcionalidad, siendo que la naturaleza de las funciones va cambiando, así como los intereses y demandas personales, por eso el haber podido sostener dinámicas que ahora parecieran incomodar o agotar, no erradica la capacidad de respuesta de la persona ante su función, sino que invita a replantearla conforme a lo actual y futuro.

Acudir a terapia sí implica un reajuste individual en el medio, y si toma a consideración sus roles y funciones, sin embargo busca alcanzar la funcionalidad desde un proceso de readaptación que involucre una mirada interna a los deseos, capacidades y necesidades de la persona conforme a las demandas externas surgen, buscando que la persona le de un significado propio al funcionar y lo que esto implicaría conforme a su bienestar. A terapia se puede ir para muchas cosas, pero no se va para cumplir estándares.

“¿No les parece extraño que esta sociedad que promueve tanto la búsqueda de la felicidad sea una fábrica de depresivos y neuróticos?” se podría preguntar por ahí.