Existe un (mal)entendido colectivo para el concepto de límite, que representa una postura tajante sobre actitudes o conductas que no le permito al otro tener hacia mí, no negociables y estáticas, que representamos con posturas estrictas, frías y firmes, relacionadas además a una imagen de autoestima sustentada en el poder, pero ¿qué tanto podríamos distorsionar esa descripción?
Los limites, primeramente, son acciones que Yo realizo para cuidarme, no son acciones que instauro como regla para el otro, siendo el otro alguien de quien no poseo control, por ejemplo:
No te permito me alces la voz -> Si alzas la voz pospondré la conversación
(depende del otro si lo cumple o no) (acción que yo tomo al respecto)
Por otro lado, los límites sí son puntos no negociables, sin embargo no por ese motivo se olvida la demanda afectiva o conductual del otro, reconociéndonos dentro de un sistema social donde la responsabilidad afectiva nos recuerda que aunque no somos responsables de las emociones de otro, nuestras acciones tienen efectos en el otro y en esos efectos podemos participar de forma asertiva y empática. Aquí va un ejemplo con el “no” como herramienta límite básica:
Persona 1: No quiero ir a comer con tus amigos. (recordemos que el No es una frase completa, no debemos justificar el No en circunstancias personales)
Persona 2: ¿Pero por qué no?
Persona 1: Solo no quiero, pero me interesa saber por qué mi negativa te resulta incómoda.
Persona 2: Es que yo quería pasar tiempo juntos L
Persona1: Entiendo, yo también quiero pasar tiempo contigo, ¿te gustaría vernos después de ver a tus amigos? (ofrecer puntos de reencuentro con los otros ante nuestros límites no se opone a la firmeza de estos, pero responde a la demanda socioemocional de los involucrados y generar dinámicas de compatibilidad honesta, aquí entra el factor empático y asertivo de los límites).
Recuerda que los límites son para cuidarte, y si estos te aíslan progresiva o constantemente, es momento de considerar con quiénes nos vinculamos y cómo estamos cuidándonos, porque estos no implican cerrarnos al mundo, sino poder encontrarnos en él de una forma más cómoda y personalizada, evitando sentimientos como resentimiento y frustración, que aparecen cuando cedemos nuestros límites o solo los instauramos como barreras y no como orientadores de formas de crear vínculos.